Y de repente, el mundo se para, la manilla del reloj deja de caminar, el bullicio se transforma en silencio y solo está él, solo está su mirada y no importa nada.
Nada.
Solo importa ese brillo y esa sonrisa que aparecen cada vez que recuerdas cada segundo que has pasado con él. Ese momento en el que dobla la esquina y aparece en el andén, las cosquillas maliciosas que terminan en besos eternos, las miradas cómplices seguidas de pequeñas travesuras, las competiciones idiotas y los días lluviosos debajo de la manta.
Y es que cuando ya habías dejado de creer en las películas, en los momentos perfectos, en las casualidades. Éstos aparecen de repente en tu vida quedándose amarrados en tu mente y provocando risas y felicidad. Y de repente te das cuenta, cierras los ojos y los sabes, solo él ha conseguido lo que nunca antes nadie había podido:
Enamorarte.